Esta es la historia de Carmencita, una niña que tenía un bellísimo cántaro porcelana con el que siempre iba en busca de agua a la fuente. Una de sus amigas en una ocasión susurró:
– ¡Pensará ella que ese cántaro que tiene esta hecho de oro! ¡Cómo se vanagloria de él!
Uno de esos días que regresaba de la fuente con su cántaro lleno de agua, se encontró con una mendiga que le dijo:
– Ay mi niña serías tan amable de dejarme tomar un poco de esa agua que llevas ahí.
– Perdóneme señora, pero no ve usted lo bello que es mi cántaro para dejar beber a una mendiga de él – le respondió Carmencita a la anciana.
Ante aquella respuesta, la señora que era un hada disfrazada, convirtió a la niña en una rana.
– ¿Qué es lo que me está pasando? Croak, croak, decía una y otra vez Carmencita.
– Si deseas volver a ser una niña como antes vas a tener que lograr que alguien se apiade de ti y te dé de beber de tu propio cántaro –le dijo la anciana molesta por la aptitud de la niña.
Carmencita muy arrepentida no hacía más que pedirle perdón al hada y entre cada palabra siempre había un “croak”. La anciana se marchó sin prestarle atención a las suplicas de la niña, la cual asustada por toda esta situación decidió esconderse en un cañaveral para no ser vista por ninguna de sus amigas.
Esa tarde cuando las amigas de Carmencita regresaban a la fuente vieron el cántaro y todas quisieron apoderarse de él, en ese momento solo se podía escuchar:
– ¡Eso es mío, solo mío!
Carmencita que estaba bien escondida comenzó a protestar y solo se escuchaba:
– ¡Croak, croak!
Después de tanto discutir las niñas llegaron a un acuerdo en el que establecían que usarían el cántaro por turnos. Cada día vendría una diferente a buscar agua con él. Llegó la primera tarde y venía la primera niña con el cántaro, cuando la rana la vio le dijo:
– ¡Croak, croak! ¿Serías tan amable de darme un poco del agua de tú cántaro?
– ¡Vete de aquí! –le dijo la niña un poco molesta – es que no ves lo fino que es mi cántaro para dejarte beber de él.
Pasaron los días y ninguna de las niñas quiso dejar beber a Carmencita del cántaro y mientras esto sucedía la niña solo decía:
– ¡Ay que cruel es la vida, nadie se compadece de mi y me deja beber la preciada agua!
Y siguieron pasando los días y Carmencita seguía siendo una rana. Un día, temprano en la mañana una de las amigas de Carmencita se encontró con un escudero muy atractivo al regresar de la fuente:
– Permítame que le voy ayudar a llevar ese cántaro lleno de agua – le dijo el amable joven.
– Muchas gracias, es usted muy gentil – le dijo la niña al joven-. Pero, le pido que tenga mucho cuidado pues este es un cántaro de porcelana muy valioso.
Al pasar junto a la rana, que ya estaba muerta de sed, les imploró:
– Por favor, dejadme beber un poco de agua.
La niña muy enfadada le dijo con voz muy alta:
– ¡Márchate bicho horrendo, déjanos en paz! ¿No ves que tú eres una simple rana para dejarte beber de este carísimo cántaro?
El joven paje sintió lástima por la pobre ranita por lo que le acercó el cántaro y la dejó beber del cántaro de porcelana.
Inmediatamente de la acción de este joven, todos se quedaron muy asombrados, pues poco a poco la rana empezó a convertirse en la niña que era antes de que le negara el agua a la anciana. Al terminar la transformación todos exclamaron:
– ¡Carmencita, es Carmencita! ¡Oh, la rana se ha convertido en Carmencita!
– Si, fui convertida en una rana por culpa de mi actitud tan egoísta – dijo Carmencita- desde este momento jamás volveré a negarle mi ayuda a nadie, y todo aquel que me pida agua del cántaro podrá beber toda la que quiera.