¿Te sabes la historia del joven campesino que logró engañar al diablo? Pues ahora te la contaré.
Hace mucho tiempo en una pequeña granja, existió un jovenzuelo enérgico y avispado que cada mañana se levantaba bien temprano a trabajar la tierra. Por las noches, el muchacho gustaba de leer y aprender cada vez más, y llegó a ser tan inteligente, que muy pronto cobró fama en todo el pueblo, y más tarde en todo el reino, y al final fue tanta su suerte, que la noticia llegó a los oídos del diablo.
“¡Nadie es tan listo como yo!” – gritó el diablo furioso al enterarse, y sin dudarlo, se puso en marcha hasta la granja del jovenzuelo para jugarle una mala pasada y demostrar que en realidad, nadie era tan espabilado como él.
Al llegar, el diablo encontró al joven campesino labrando la tierra, y sin hacer mucho ruido, abrió un hueco en el suelo y lo rellenó con diamantes y joyas de oro. Seguidamente, tapó el hueco y se sentó sobre él. Así quedó durante horas observando al muchacho hasta que al fin, éste notó la presencia del diablo.
– ¿Qué haces ahí, demonio? – le preguntó el chico secándose el sudor – ¿Acaso intentas robarme?
– Para nada, triste humano, he venido a observarte porque no creo que seas tan listo. – respondió el diablo mientras se frotaba las manos frenéticamente – Justo en este lugar he escondido un tesoro de piedras preciosas y joyas de oro, pero me pertenecen sólo a mí.
– Pues si ese tesoro está dentro de mi granja, significa que me pertenece a mí – sentenció el campesino mirando a la bestia fijamente.
El diablo no pudo disimular su confusión, ¡Aquel chico no le tenía el menor miedo! Y como estaba tan furioso comenzó a dar pequeños brinquitos en el suelo y a golpear la tierra con sus puños.
– ¡Está bien! – gritó el demonio finalmente alzando sus dedos en el aire – En verdad, eres más listo de lo que creía. Pero antes de darte mi tesoro te propongo hacer un trato.
– ¡Jum! ¿Me estás intentando engañar? – preguntó el chico frotándose la barbilla.
– Pues no. Simplemente vendré dentro de un año exactamente y me llevaré todo lo que hayas cultivado en tu granja. ¿Aceptas?
– Lo que tú digas, bicho. Pero para evitar confusiones, tú te llevarás todo lo que crezca de la tierra hacia arriba, mientras yo me quedaré con lo que nazca de la tierra hacia abajo.
Sin pensarlo dos veces el diablo aceptó, y se marchó a toda velocidad hasta perderse en la lejanía. El tiempo pasó como una hoja en el viento, y el muchacho se dedicó a sembrar zanahorias, rábanos y remolachas, pues como él bien sabía, son verduras que crecen bajo la tierra. Al cumplirse un año exactamente, una soleada mañana apareció el diablo.
– Hola bribón, vengo a que cumplas tu parte del trato. Dame lo que me pertenece – exclamó el diablo entre sonrisas pícaras.
– Pues bien poco te llevarás, pues he plantado zanahorias, rábanos y remolachas que crecen de la tierra hacia abajo, así que tendrás que conformarte solamente con las hierbas.
El diablo reventó de furia y comenzó a dar golpes bruscos contra el suelo.
– ¡No puede ser! ¡Maldito pícaro! – gruñó furiosamente – Pero no te vas a salir con la tuya. Esta vez vendré dentro de un año a buscar todo lo que nazca bajo la tierra y tú te quedarás entonces con todo lo que crezca de la tierra hacia arriba.
Y entre gritos y lamentos, la temible criatura se alejó a toda velocidad. Pero el campesino joven era muy astuto, y nuevamente volvió a sembrar todo el campo, pero esta vez, decidió cultivar calabazas, cebollas y pepinos. Al cabo del tiempo, y como había prometido, el diablo regreso a visitar al chico.
– Aquí estoy nuevamente. Vengo a llevarme lo que me pertenece.
– Pues así será, demonio. Como podrás comprobar, todas estas verduras son mías porque han crecido sobre la tierra, así que no te queda otra que llevarte las raíces de las plantas.
El diablo, al verse engañado por segunda vez comenzó a gritar, y tanto fue su enfado que los ojos se le pusieron rojos y un humo negro empezó a brotar de su espalda. Sin duda alguna, el jovenzuelo había sido más listo que él y por tanto le correspondía todo el tesoro de piedras preciosas y joyas de oro escondidas bajo la tierra de la granja. Cumpliendo lo prometido, el diablo le entregó su recompensa y se marchó disgustado para nunca volver a la granja.