Palitroque

Era una mañana de otoño; en el bosque embrollado amanecía. Los tejones bostezaban y se desperezaban. Las ardillas saltaban de aquí para allá, buscando nueces. La voz aguda de la abuela Sarmiento sacudió las hojas del viejo roble:

-¡Palitroque! ¡Palitroque! ¿Estás despierto? Tienes que traerme algunas setas.

Palitroque
Palitroque

-¿Ha de ser ahora mismo? -preguntó Palitroque, somnoliento.

La abuela Sarmiento irrumpió en su dormitorio.

-Sí, ahora mismo, o no tendremos nada que comer.

-Está bien, está bien, -contesto Palitroque sacudiéndose su manta de hojas secas-. Vamos, Petronila, tenemos que salir. Deja ya de dormir.

Palitroque se vistió y recogió su sombrero, en el cual dormía Petronila, la araña mágica. Al ponérselo, tiró a Petronila de la cama y ésta se despertó sobresaltada.

-¡Qué pasa! -gritó.

-Buenos días, Petronila.

-¿Con quién estás hablando? -preguntó la abuela Sarmiento-. ¡Ah!, con esa araña asquerosa ¿verdad? Pues las arañas no son mascotas, son para -hacer pasteles.

“No conseguirá hacer un pastel conmigo”, penso Petronila que escuchaba, escondida, en el sombrero de Palitroque. “¡Si no me equivocara tanto con mis hechizos, la convertiría en mosca y la atraparía en una de mis telas!”

-Date prisa -dijo la abuela -y tráete un montón de setas venenosas.

Palitroque
Palitroque

Palitroque anduvo durante muchas horas por el bosque embrollado, pero no pudo encontrar ni una sola seta.

-La abuelita se va a enfadar con nosotros.

Petronila se posó en el ala de su sombrero.

-¡Bueno, no podemos volver con las manos vacías!

Así pues, siguieron buscando, riéndose y jugando, mientras se internaban cada vez más en el bosque. De pronto se detuvieron; alguien lloraba a lo lejos.

-¡Vaya! -exclamó Petronila- Parece que alguien necesita ayuda.

-Sí, viene de allá -dijo Palitroque-. Date prisa. Vamos por este valle, es un atajo.

-¡No! -gritó Petronila-. ¡Mira el cartel!

Palitroque leyó detenidamente el cartel a la entrada del valle.

-Cuidado con los árboles… No puedo entender la última palabra. Cuidado con los árboles… ¿qué? Continúo sin entender. Tendremos que ir por el camino del puente de las campanillas.

A medida que Palitroque se acercaba al puente, oía que los sollozos se hacían cada vez más fuertes. Pero cuando se detuvo para recuperar el aliento, a mitad del puente, el llanto se interrumpió.

-Quizá lo hemos asustado -dijo Petronila. -Ojalá que no -contestó

Palitroque-. Probaré a gritos. ¡Hola! ¿Hay alguien? Nadie contestó.

-¿No hay nadie? -gritó.

-No hay casi nadie -respondió una voz-. Así que dejadme en paz.

Palitroque
Palitroque

-Hemos venido corriendo hasta aquí para ayudarte

-dijo Palitroque, bajando al barranco para mirar debajo del puente.

Al borde del río había una criatura con aire desolado.

-Hola. Me llamo Palitroque.

-Es un nombre muy bonito -lloriqueó el desconocido-. Yo soy Tomás.

-Bueno, ése también es un nombre bonito -respondió Palitroque.

-Me llaman el tonto, triste y trasto Tomás.

-Lo siento -dijo Palitroque-. ¿Por qué?

-No necesito ningún motivo para llorar -sollozó Tomás otra vez-. Estoy triste desde que tengo uso de memoria. No sé lo que es la felicidad.

-¡Pero si es muy fácil! -exclamó Palitroque-. Te enseñaremos a ser feliz, ¿verdad, Petronila?

-Claro que sí. Voy un momento al sombrero a buscar mi libro de hechizos.

Palitroque
Palitroque

-Mientras vuelve Petronila, te contaré un chiste -dijo Palitroque, que se sentó al lado de Tomás.

-¿Por qué están tristes los dentistas? -le preguntó. Pero Tomás ya lo sabía. -Porque siempre tienen problemas con las muelas.

¡Me llamaban Tomás Tiramuelas, precisamente por eso! No podía contener el llanto.

Petronila salió por la puertecita que tenía en el sombrero de Palitroque. Llevaba en una mano el libro de hechizos y en la otra su varita mágica. -Petronila es una araña mágica -explicó Palitroque-. Puede conseguir lo que quieras.

Piénsalo bien y dinos qué te gustaría tener ahora mismo. Eso te hace feliz ¿no?

-Lo intentaré -sollozó Tomás- Quisiera…, quisiera un pastel de manzana.

-¡Oh! Lo tendrás -afirmó Petronila, hojeando su libro. -A ver… pasta de serpiente… puré de hormigas… ¡Aquí está! Pastel de manzana.

Comenzó a saltar de aquí para allá, agitando su varita mágica.

“¡Canela en polvo, patas de rana, dale a mi amigo un pastel de manzana!” Al compás de este estribillo apareció un resplandor azul muy brillante en aquel lugar y miles de motas de polvo dorado cayeron al suelo.

-¿Resultó? -tosió Petronila, frotándose los ojos. -¿Qué es esto que tengo en el cuello? -preguntó Tomás-. ¡Oh, no!

-Petronila, tonta -se burló Palitroque-¡le has hecho una corbata de manzana! Tomás se puso a llorar otra vez; así que Palitroque dijo:

-Vamos, piensa… ¿qué otra cosa quisieras tener?

Tomás miró sus ropas, que estaban muy sucias.

-Bueno. ¿Qué os parece un traje de oro y una camisa de volantes?

Petronila buscó el hechizo adecuado. “¡Sangre de toro y escorpiones gigantes, un traje de oro y camisa de volantes!”

Esta vez el resplandor fue aún más brillante. Antes de que se despejara el polvo, Tomás se vio reflejado en el río, lanzó un grito y corrió a esconderse.

-¡No! Ha vuelto a salir mal. ¡Jamás seré feliz!

-Petronila, ¿qué pasa ahora? -preguntó Palitroque al dispersarse el polvo mágico-.

¿No lo habrás hecho desaparecer?

Petronila consultó su libro.

Palitroque
Palitroque

-Cielo santo, tengo que ir a un oculista. En vez de un traje de oro y una camisa de volantes…

-¿Qué? ¿Qué le has dado?

-¡Una bota muy vieja y una falda elegante!

-No me extraña que se haya escapado -dijo Palitroque- ¡Vamos, hay que encontrarlo!

Palitroque y Petronila corrieron por el bosque embrollado, siguiendo las huellas de Tomás. Estas les llevaron directamente al inicio del valle donde habían visto el cartel. Se detuvieron otra vez para tratar de leerlo. De pronto, oyeron un grito horrible procedente del valle:

-¡Aaay! ¡No, por favor! ¡Basta! -Es Tomás. Parece encontrarse en un terrible aprieto. ¡De prisa!

Mientras corrían, los gritos se hacían cada vez más fuertes. Cuando al fin Palitroque y Petronila lo encontraron, no pudieron creer lo que veían. Tomás rodaba por el suelo, las ramas bajas de los árboles le hacían cosquillas en todo el cuerpo.

 

-¡Ja, ja, ja! ¡Basta! ¡Por favor, ja, ja!

-¡Ya sé lo que decía el cartel! -exclamó Palitroque-. Decía: “Cuidado con los árboles cosquilleros.”

Por fin los árboles dejaron de hacerle cosquillas a Tomás. Recuperó el aliento y se enjugó las lágrimas.

-¿Por qué os reís? -preguntó-. ¿También os han hecho cosquillas los árboles?

-No, es tu falda. ¡Estás tan gracioso! -dijo Palitroque entre carcajadas.

-Soy tan feliz -añadió Tomás-. Por primera vez en mi vida he aprendido a reír. Y todo gracias a vosotros. Pero, Petronila, por favor, quítame estas ropas tan ridiculas.

-Claro -dijo Petronila-.

Esta vez no cometere ningún error con el hechizo.

“¡Zarpas de tigre, fiero animal, haz que Tomás vuelva a ser normal!” Cuando se disipó otra vez el polvo azul, apareció Tomás, exactamente como era antes, pero… ¡con una sonrisa en los labios!

En ese instante, Palitroque sintió unos golpes en la espalda. Uno de los árboles mágicos trataba de decirle algo. Con una de sus ramas señaló a los pies de Palitroque. Allí, en un húmedo lecho de musgo, había un montón de setas venenosas.

Tomás y Palitroque , cogieron muchas para llevárselas a la abuelita, Sarmiento.

Ya en casa, comieron tostadas con mermelada de setas y a todos les encantó. Tomás comentó que era un buen final para un día perfecto.

-No sólo encontré la felicidad -dijo, dándole un gran beso a la abuela Sarmiento-. ¡También he descubierto tres buenos amigos!