Pan de hadas

Hace mucho tiempo, en la época de nuestros antepasados, había en Bretaña una mujer llamada Inés, su marido era pescador y vivian en una casa alejada del pueblo, la casa estaba justo encima de una cueva de hadas.De noche, cuando se sentaban en la cocina, podían oír el ruido del telar que subían desde la profundidades de la tierra. Sin embargo, Inés y su marido no tenían miedo, porque las hadas de la cueva eran amables con los hombres siempre que se las dejara en paz.

Una noche, el pescador tuveo que levantarse para echar las redes e Inés, que se moría de sueño, le dijo:

-Pero, ¿qué hora és?

-La verdad es que no lo he mirado- respondió el marido , e inmediatamente, una voz nítida gritó desde abajo:

-¡Son las dos pasadas!

– Gracias- respondió cortésmente Inés, sabiendo que las hadas apreciaban mucho la buena educación.

Otra noche, la mujer se quedó en pie para cuidar a su hijo gravemente enfermo, y tuvo miedo de que se fuera a morir.

Inés lloraba y se retorció las manos. Habría dado cualquier cosa para salvarle, pero realmente no sabía qué hacer.

Sin embargo, a medianoche oyó un ruido extraño, como si alguien estuviese golpeando la piedrá del fogón, que lentamente se levantó. Del agujero salió una mano muy blanca con los dedos cubiertos de anillos preciosos que asía una minúscula botella llena de un líquido verde.

– Frótale a tu hijo el cuello y el pecho con esta medicina y se curará- dijo una voz.

Pan de hadas
Las hadas le dan pan

Aunque tenía mucho miedo, Inés se acercó , tomó la botellita, frotó a su hijo con el líquido y, un instante después, el pequeño estaba saltando en la cama completamente restablecido.

A esas alturas, la mujer estaba convencida de que las hadas le habían tomado cariño a ella y a su familia, y decidió pedirle un favor en cuanto se presentara la ocasión.

Ni aunque lo hubiera planeado habría salido mejor, Esa misma noche, la piedra del fogón se levantó de nuevo y se oyó una voz que decía:

-Comadre, ¿tienes un poco de fuego? El nuestro se ha apagado.

-Claro que tengo- respondío Inés, y puso delante del agujero un trozo de madera que ardía sólo por una parte.

De la sombra salió una mano sin anillos que agarró la madera y desapareció. Luego la voz preguntó:

-¿Cómo te lo puedo agradecer, comadre?

-Oh, señora, si pudieras decirme dónde están la vaca y el carnero que me robaron mientras estaban pastando, me darías una gran alegría- dijo Inés, y la mano volvío a aparecer.

Esta vez sostenía un tarrito y la mujer se apresuró a agarrarlo, vencida por la curiosidad:

-¿Puedes decirme para qué sirve, señora?

-Dentro hay una pomada hecha con cuerno de vaca y pelo de carnero. Extiéndela por las cuerdas que utilizabas para atar a los animales y te los devolverán.

A la mañana siguiente, Inés corrió al establo, untó las cuerdas e inmediatamente vio aparecer a su vaca y a su carnero, más gordos y lustrosos que nunca.

– Pero no me gustaría que las hadas me tormaran por una descarada- reflexionaba la mujer. Al final se le ocurrió que la petición sería mejor acogida si la hacía uno de sus hijos.

Así pues, llamó al más pequeño, le puso un martillo en la mano y le dijo que golpease la piedra del fogón, gritando:

-¡Buena señora, tengo mucha hambre!¿Podrías darme un trocito de pan?

El niño obedeció y desde las profundidades de la tierra llegó un golpe seco, como si alguien hubiese abierto y cerrado la pesada puerta de una artesa. Luego la piedra se echó a un lado y aparecióla misma mano mágica de siempre sosteniendo una pequeña hagaza, mientras decía:

-Aquí tienes, pequeño, come cuanto quieras porque este pan no se acaba nunca y te durará toda la vida si lo compartes sólo con tus hermanos y padres. Y ahora adiós, ya que esta piedra no se levantará nunca más.

Inés y su familia comieron de aquel pan durante más de diez años, hasta que todos los hijos crecieron y fueron a recorrer mundo.

Sin embargo el undécimo año el pescador volvió de la taberna con uno de sus amigos y, como en casa no había otra cosa que ofrecer, partió la hogaza y le dio la mitad al huésped.

El pan desapareció inmediatamente y, aunque Inés golpeó la piedra del fogón suplicando a las hadas de las cuevas, éstas no se dignarona responder nunca más.