Myrsina

Myrsina es el nombre de una muchacha que no por bella había tenido más suerte en la vida. En efecto, era la más joven de tres hermanas, las cuales nefastamente vivían en orfandad. La vida de por sí no era fácil para Myrsina, y sus hermanas tampoco ayudaban, pues morían de celos por su belleza. Y es que, de las tres huérfanas, incontestablemente la más preciosa era Myrsina. Así lo había declarado el Sol hasta en tres ocasiones.
Entre celos, las celosas hermanas urdieron un plan, usando como excusa la memoria de la madre de ellas, así de viles eran. Propusieron la hermana mediana y la mayor honrar a su progenitora con un monumento en su recuerdo o, por otro lado, volviendo a enterrar su cadáver en un lugar mejor.
Las tres hermanas se atiborraron de víveres y se dispusieron a hacer la comida tradicional de picnic enfrente de la tumba de su madre, en medio del bosque. Finiquitado el disfrute, las hermanas, simulando sorpresa, comentaron que habían olvidado la pala. De esa forma, no había enterramiento ni memorial posibles. Ellas mismas se ofrecieron a ir a por la dichosa herramienta, con la malévola intención de abandonar a Myrsina en el bosque.

Cuento sobre Myrsina
Myrsina

Tal cual se ha contado procedieron, y allí la dejaron con su suerte, hasta que ésta se percató del engaño perpetrado. Los llantos sucedieron a los quejidos y sollozos, y los árboles se estremecieron ante la ternura del apenado sonido. Tanto se afligieron que despertaron, y un árbol se dirigió a Myrsina, para ayudarla, diciéndole que dejase rodar el pan por la colina, para ir después en su busca. Myrsina, paralizada por la tristeza y el susto, hizo caso al árbol. Rodó, rodó y ¡cayó! En medio de un hoyo, que realmente era el interior de una casa.
Myrsina se refugió allí, pero no se aprovechó, puesto que el hogar estaba perfectamente cuidado con ella allí. Entre tarea y tarea, los Meses, propietarios de la morada, retornaron. Myrsina se escondió a tiempo, pero enseguida los dueños se percataron de que alguien había estado haciendo labores en su casa. Un par de vistazos, y Myrsina fue descubierta, aunque nada malo le hicieron. De hecho, la acogieron como hermana de la familia Meses.
Myrsina vivió allí, feliz y a salvo, y sintió lo que por infortunio la vida le había privado: el calor familiar. Entretanto, todos sabemos lo veloces que son los rumores, sobre todo en boca de determinadas personas. Así fue como llegó a oídos de sus hermanas que Myrsina seguía viva, y con mezquindad la visitaron. Su cita no respondía a buenas intenciones, pues querían acabar con su pequeña hermana a toda casta, para lo cual le dieron un regalo envenenado en forma de pastel. Respecto a lo pasado en el bosque, sus argumentos fueron que más tarde habían vuelto en su busca, pero que nunca habían sido capaces de encontrarse de nuevo con Myrsina.
Acabada la visita, Myrsina entregó el pastel al perro, el cual murió. De nuevo llegaron palabras a sus hermanas mayores de que seguía viva, y nuevamente ellas tercamente volvieron a la casita del bosque. Myrsina, joven precavida a estas alturas, no les abrió la puerta, pese a que ellas prometían darle en regalo un anillo que había pertenecido a su madre, y que por herencia le correspondía a ella ahora.
Taimadas, las hermanas sabían que su madre era el punto débil de Myrsina, y que nada haría ésta para desafiar sus deseos. Recogió el anillo y… se lo puso, y casi al instante cayó redonda al suelo. Cuando la familia Meses volvió, y la encontró en el suelo, acentuó un profundo lamento. La lloraron y, después, guardaron su cuerpo en un cofre de oro.
Algo de tiempo transcurrió, hasta que un príncipe, por vicisitudes del destino, arribó a la morada de los Meses, en busca de estancia. Siempre tan hospitalarios, lo acogieron, y le dieron el mejor de sus aposentos ¡Era la sala donde se halla el dorado cofre! Tan llamativo y preciado, el príncipe anheló poseer el baúl, y amablemente lo pidió a los Meses.
Tanto declaró su capricho que finalmente se lo entregaron, con una sola condición: que jamás lo abriese. Su promesa se mantuvo firme mientras la vida le sonreía al príncipe. Pero, un día, la mala suerte quiso que enfermase tan gravemente que el príncipe avistó la muerte. No quería expirar sin saber qué había en su interior. Así que lo abrió.
La misma contemplación de la belleza de Myrsina maravilló al príncipe. No conocía a la joven, pero imaginó que podría averiguar quién era si miraba el grabado del sello que había puesto en su dedo. Cuando el príncipe retiró el anillo, Myrsina volvió de forma grácil a la vida ¿Cómo no podía enamorarse de aquel apuesto joven que la había salvado?
Myrsina y el príncipe se casaron, y por fin la muchacha obtuvo en vida todo lo que merecía: bienes, riqueza, dicha y felicidad. Por supuesto, no pudo olvidarse nunca de sus malvadas hermanas mayores quienes una vez más intentaron herirla. Pero, para esta ocasión, Myrsina no estaba sola, sino que contaba con las tropas de su príncipe para protegerla. Ella jamás volvería a sufrir, la vida padecida había quedado atrás para siempre.