La chaqueta voladora

El profesor Popof vivía con su esposa en una hermosa casa amarilla junto a la costa. Pasaba sus días dando clase, ocupado en su jardín y pescando, y se sentía muy dichoso. Sólo dos cosas le deprimían: el tener que comprarse ropa y el tener que viajar a París en tren para acudir a sus compromisos.

La chaqueta voladora
La chaqueta voladora

Una hermosa mañana, estaba el profesor cavando en su jardín cuando de pronto oyó a sus espaldas un ruido como de tela al rasgarse.

—Vaya por Dios —murmuró—. Tengo la terrible sensación de que se trata de mi chaqueta.

El profesor no se equivocaba. Su vieja y raída chaqueta se había rasgado en dos. Todavía podría llevarla si se la abrochaba y se la ponía al revés. Pero hasta el profesor comprendió que iba a estar muy cómico luciendo el roto por delante y con la hilera de botones detrás.

“No hay solución”, suspiró. “Tendré que comprarme una chaqueta nueva.” Y se fue a visitar a su sastre.

El día anterior unos traviesos duendes habían penetrado en la sastrería y habían echado polvos mágicos sobre una chaqueta del escaparate, convirtiéndola en una chaqueta voladora. Esto significaba que si alguien la llevaba puesta y deseaba encontrarse en otro sitio, la chaqueta lo trasladaría inmediatamente por los aires hasta el lugar elegido.

Como es de suponer, el profesor Popof ignoraba esto. Al ver la chaqueta en el escaparate decidió comprarla, pues le gustaban sus cuadros verdes y marrones. Con que entró en la tienda.

La chaqueta voladora
La chaqueta voladora

El sastre estaba muy complacido de que por fin alguien quisiera llevarse aquella chaqueta.

—Le sienta estupendamente —dijo, mientras ayudaba al profesor a probársela—. Parece que esté hecha a medida.

El profesor asintió muy satisfecho.

—No es necesario que me la envuelva -dijo-. Me la llevaré puesta y le daré a mi mujer una agradable sorpresa. Lleva meses quejándose de mi vieja chaqueta.

Él profesor pagó y salió de la tienda muy contento con su compra. Estaba ansioso por mostrarle a su esposa la chaqueta, mas decidió ir antes a pescar unos peces para el almuerzo. Así pues, se encaminó al puerto y se hizo a la mar en su barquito.

—Qué hermoso día -dijo, contemplando el cielo despejado y azul. Y con un suspiro de satisfacción, sacó su caña de pescar y arrojó el anzuelo a las serenas aguas del mar. Tenía muchas esperanzas de que pronto pescaría algo. Pero pasó el rato sin que picara ningún pez, y de improviso se levantó el viento. Aparecieron negros nubarrones en el horizonte y las olas comenzaron a batir sobre el bote.

—¡Qué mala suerte! No sólo no he logrado pescar nada, sino que se está mojando mi nueva chaqueta. Ojalá me encontrara en el jardín de mi casa.

La magia surtió efecto de inmediato. La chaqueta voladora se remontó por los aires… y con ella el profesor.

La chaqueta voladora
La chaqueta voladora

-¡Caramba! ¿Qué es esto? ¡Pero si estoy volando! Me dirijo a la ciudad. ¡Estoy sobrevolando el espigón! ¡Estoy sobre la universidad! ¡Estoy sobre mi casa!

De pronto la chaqueta empezó a descender lenta y suavemente.

-¡Pero si estoy en mi jardín! Es increíble. Esta chaqueta debe de ser mágica.

El profesor, muy excitado, entró corriendo en busca de su mujer.

—¡Fíjate en esta asombrosa chaqueta! . —Es muy bonita, querido, demasiado buena para las faenas del jardín.

—No, no es eso —dijo el profesor con impaciencia— Fíjate-bien. Deseo… hallarme en el jardín.

Al conjuro de su voz el profesor salió disparado hacia el techo, cruzó la habitación hacia la ventana y salió al jardín.

La señora Popof se llevó la sorpresa más grande de su vida. Salió corriendo al jardín y se quedó atónita mirando a su marido.

—Es mágica. Es una chaqueta voladora.

—És asombroso —atinó a decir la señora Popof tartamudeando—. Pero piensa, querido, en lo útil que te será. Podrás volar a París en vez de tener que hacer esos viajes en tren que tanto detestas.

La chaqueta voladora
La chaqueta voladora

El profesor Popof parecía dudar.

—No sé si es una chaqueta para largos recorridos.

—Bueno, ya lo veremos. Primero tendrás que practicar mucho.

—Me pondré a hacerlo ahora mismo. El profesor pasó el resto de la mañana entrando y saliendo por la ventana del comedor que daba al jardín, aprendiendo a manejar la chaqueta voladora.

Al final del verano, el profesor Popof era ya todo un experto. Por fin llegó el ansiado día. Iba a intentar realizar el largo viaje a París para asistir a una reunión de profesores. Llevando una mochila a la espalda, salió al jardín y se despidió alegremente de su querida esposa.

—No sé cuándo estaré de vuelta —dijo—. Ojalá me encontrara ya en París.

Con gran sencillez remontó el vuelo.

—No hay mejor forma de viajar a París —se dijo muy contento, mientras sobrevolaba pueblos y campos. Mas al poco rato empezó a sentir apetito.

-Lo que necesito son unos bocadillos -dijo, y se puso a revolver en su mochila.

—¡Qué mala suerte! Los he olvidado. Sólo llevo mi pijama y mi neceser.

Entonces la chaqueta efectuó un rápido descenso para no chocar con un plateado monstruo que volaba encima de ella.

—¡Jesús! —gritó el profesor, medio muerto de miedo—. ¡Es uno de esos aviones grandes y se dispone a aterrizar! ¡Ojalá me hallara en tierra sano y salvo y pudiera comer algo apetitoso!

La chaqueta voladora
La chaqueta voladora

El profesor había olvidado que la chaqueta cumpliría cualquier deseo suyo. Sin salir de su asombro, empezó a descender a través de las nubes hasta aterrizar en los terrenos de una escuela. Una profesora del colegio se llevó un susto cuando el visitante entró en su clase.

Pero supuso que sería el inspector de la escuela, y salió en busca de un poco de café y unas galletas.

Mientras ella estaba ausente, el profesor se entretuvo jugando con los niños.

Al ver sus pinturas dijo:

-¡Cómo me gustaría tener pinturas como éstas!

—Nosotros le daremos unos botes -dijeron los niños.

—Son mis colores preferidos -dijo el profesor—. Rojo, verde, azul, amarillo, púrpura y naranja. Muchísimas gracias.

Al poco rato, el profesor decidió reemprender el viaje. Los niños le observaron entusiasmados mientras despegaba del patio de recreo y desaparecía entre las nubes. El viento comenzó a soplar y el profesor extendió los brazos para no perder el rumbo.

Cuando el profesor se aproximaba a París, el viento, que soplaba muy fuerte, hizo volcar los botes de pinturas y éstas se derramaron sobre las nubes.

—Vaya por Dios —dijo el profesor—. Ojalá me encontrara ya en París.

La magia surgio efecto de inmediato en menos de un minuto se hallaba ya en París reunido con sus colegas. “Esta chaqueta vuela más rápido que un avión”, pensó. “Podría regresar a casa esta noche volando y llegar a tiempo para el desayuno.”

Y así, al anochecer, el profesor se elevó por encima de las luces centelleantes de la Ciudad de la Luz. Agotado después de tantas emociones, no tardó en quedarse dormido. No se despertó hasta aterrizar en el jardín de su casa. El porrazo que se dio fue de época.

La señora Popof se puso muy contenta al verle y oírle relatar todas sus aventuras. Y rió de buena gana cuando él le leyó, mientras desayunaban, el periódico.

—Escucha esto, querida: “Una lluvia de colores cae cerca de París.” “¡Los científicos no aciertan a explicárselo!”

—¿Les dirás que fuiste tú que derramabas pinturas sobre las nubes? —preguntó ella.

—No, nunca —contestó el profesor—. Lo guardaremos en secreto. Y no pienso sacarme la chaqueta ni para dormir. Quiero tener sueños maravillosos.